Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad para ser feliz

Amanece en la capital de la isla de Gran Canaria. Huele a mar, a café recién hecho y a bocadillo de pata de cerdo, el preferido de los palmenses. Las barredoras municipales han hecho su trabajo y las calles están mojadas y limpias, listas para recibir a los ciudadanos. Poco a poco, las farolas y luminosos se van apagando y la luz brillante del sol se cuela entre los edificios, por las esquinas,reflejando en los escaparates y en las lunas de los coches. El día irrumpe con fuerza y le abre la puerta al bullicio de la ciudad más vibrante y cosmopolita de las Islas Canarias. La gente camina a paso ligero hacia sus puestos de trabajo. Una parada en el colegio de la niña, un beso y un "hasta lueguito, te recoge papá". Hay tiempo para un café antes de entrar a la oficina.

Mientras lo sirven, mira hacia el Puerto de la Luz y de Las Palmas, motor de la ciudad y de toda la Isla. Las grúas gigantes llevan horas a todo tren. Tres relucientes cruceros atracados en uno de sus muelles. Dos enormes cargueros se alejan y otros esperan el correspondiente avituallamiento. Un trasiego de camiones se desparrama por la ciudad con muchos destinos, entre taxis, guaguas y coches particulares.

Jóvenes animados cruzan una gran avenida del centro. Con sus mochilas a la espalda se dirigen hacia alguna de las universidades públicas o privadas existentes en Las Palmas de Gran Canaria. No son todos de esta ciudad, pero como si lo fueran. Algunos nacieron en otra isla o en algún otro país, pero motivos de estudio u otras razones les atrajeron hasta aquí, donde se forman, hacen diversos deportes al aire libre todo el año o simplemente disfrutan del ocio de esta jovial y dinámica capital española.

Cafeterías y peluquerías se afanan por atender la avalancha de clientes de las primeras horas de la mañana. Los bazares de los alrededores del Parque de Santa Catalina tienen todas sus revistas y periódicos en perfectas pilas, esperando a ser comprados. En los mercados, los compradores observan los miles de productos expuestos en cestas y estanterías; frutas, verduras, pescados y carnes frescos y de primerísima calidad, llegados de todas partes de la Isla y del mundo.

Las tiendas y los centros comerciales se disponen a sumarse a los negocios más madrugadores. Miles de personas pululan por todas partes. Las Ramblas de Mesa y López contienen a cientos de personas esperando cruzar la avenida hacia sus destinos y en la Calle Mayor de Triana la actividad es a esta hora un frenesí. Multitud de personas y coches pasan alrededor del gran Teatro Pérez Galdós, que se alza a los pies del Guiniguada. Desde aquí se divisan las torres de la Catedral de Santa Ana y los edificios coloniales que sirvieron de patrón para construir las ciudades de gran parte de América del Sur. Los palmenses se abren paso entre los miles de turistas que intentan llegar a la Casa de Colón, al Museo Canario y al Centro Atlántico de Arte Moderno. Las calles adoquinadas del casco histórico de Las Palmas de Gran Canaria bullen.

En medio de la vorágine de la ciudad se esconde un barrio marinero de película. San Cristóbal, con su castillo en medio del mar, sus casitas y sus bares y restaurantes que saben a puro océano. Pararse a tomarse una cervecita con unas sardinas fritas es una necesidad vital que nos dejará como nuevos para seguir nuestro camino.

Allá, en el Risco de San Juan y encaramadas a la montaña, lucen las divertidas casas de colores que todos sus residentes se empeñan en destacar. No hay visita completa a Las Palmas de Gran Canaria si no te paras a reconocerles el esfuerzo y llevarte un par de fotos.

Al otro lado de la ciudad, todo fluye más tranquilo al arrullo del mar que acaricia la Playa de Las Canteras, la mejor playa urbana del mundo. La marea está baja y sus tres kilómetros de longitud sirven como complejo deportivo al aire libre para las miles de personas que la patean y se bañan en ella cada día; y es que, por algo, es la ciudad con el clima más benigno del planeta. Cerca del imponente Auditorio Alfredo Kraus, en un extremo de la Playa, grupos de jóvenes escuchan a su profesor explicarles los secretos de las olas, cómo tomarlas, dónde situarse y lo importante que es saber esperar la más propicia. Todos miran hacia el mar y hacia el cielo, azules y limpios. Sin duda, es un día perfecto para surfear, aunque también hay excelentes condiciones para lanzarse en parapente desde Los Giles.

A pocos kilómetros del centro de la Las Palmas de Gran Canaria, un grupo de visitantes se adentra en el Jardín Botánico Viera y Clavijo, el jardín más grande de España. El silencio es solo interrumpido por los habitantes de este singular ecosistema. Ranas, insectos, pájaros y otras clases de aves viven a sus anchas en el Jardín Canario, entre los cientos de endemismos canarios más increíbles y al cobijo de árboles, cactus gigantes, crasas floridas, puentes y charcas... El sonido del viento entre los dragos y palmeras se apaga de repente, en cuanto caminas entre las laurisilvas y tilos. Entras en otro mundo, húmedo y fresco, lleno de aromas a bosque.

Cerca de allí, otro paisaje se yergue, destacando y sobrecogiendo. Una pareja camina despacio alrededor de toda una gran caldera volcánica. Bandama impone al visitante y enorgullece al local, negra y verde a partes iguales. Restos de lava nos recuerdan un pasado y presente volcánicos y abruptas extensiones de viñedos se atisban allá donde se dirija la mirada. Vides cargadas de uvas que esperan ser recolectadas, prensadas y encerradas en barricas que darán vinos muy especiales. Sopla una brisa fresca que sacude las plantas. A lo lejos, el mar, siempre presente en la vida insular, rodeando la isla y bañando tres de los cuatro lados de Las Palmas de Gran Canaria. Realmente es una ciudad de orografía bella y seductora.

Desde esa atalaya privilegiada que es la Caldera de Bandama, se observa toda la capital grancanaria. Una ciudad moderna y cosmopolita que ha sabido integrar tradición y consciencia de futuro, mezclando a locales y foráneos en perfecta armonía. Una urbe atlántica llena de posibilidades, muy europea, que destila aromas y sabores de América y África. Un hábitat urbano encajado en un territorio paradisíaco y concebido para que podamos llevar una vida feliz.